La palabra liberada (Poesía, 2001): Comentarios

La palabra libertadora
En todas las frases (¿aforismos, sentencias o conceptos?) de La Palabra Liberada de Gonzalo Márquez Cristo, resalta esta evidencia: todas nacen de un grito de rebeldía, de amor o de angustia; todas surgen de un interrogatorio vehemente, todas viven de los hallazgos del gran poeta que es su autor. Desde el inicio de esta obra, con un título tan justo, nos encontramos con estas frases: "Tus palabras caen como puñados de tierra sobre un cuerpo desnudo"; "aquí comienza el instante". "¿Quién clama? ¿Quién responde entre la sangre? ¿Quién descubre su sombra incandescente?" Búsqueda siempre interrogativa que contiene la riqueza de lo indefinido, donde esta palabra liberada no se delimita, no se inscribe, no determina, no trae el enigma del ser humano o su herida esencial, por escapar siempre en su revelación: "En el viento hay un mensaje que no comprenderemos", "el viento dialoga con el fuego". Y así, esta voz jamás se somete a la imposición del sentido de la existencia, sea metafísico o social; porque su grito tiene una fuerza elemental e incierta, vibrante de sangre, que se convierte en una palabra libertadora, es decir, en poesía.
(Lisboa, Portugal, Julio de 2001)


Prólogo de la Palabra liberada
Por Eugenio Montejo
Noche, única luz en la que creo, afirma Gonzalo Márquez Cristo en este nuevo poemario. Una declaración que parece remitir menos a las noches de Tasso, o al sentido de nocturnidad romántica, que a cierta noche objetiva, palpable, hoy instalada como un indeseado eclipse sobre su tierra y la vida de sus gentes.
Desde esa noche nace su aspiración a una palabra liberada, así como su angustiada pregunta acerca de quién podrá salvarla en esta hora.
Mediante un versículo abierto, desceñido, que confiesa despreciar el cuerpo vertical de los poemas, su voz se abona al combate de la sombra, desde un tono recorrido por cierto rasgo críptico. Tal vez más que la belleza lírica como principal desvelo, la escritura de estos textos se propone algo mucho más urgente, algo que por instantes se encarna en esta invocación: «¡Que el lenguaje alcance para no morir!»
(Bogotá, agosto de 2000).


La palabra esencial
Fernand Verhesen
Los acontecimientos de la vida, que repercuten desde tantos lugares dolorosos del planeta nos asedian, y Gonzalo Márquez Cristo los asume con un rigor que no excluye en nada las vibraciones sensibles, invitándonos a meditar sobre el pequeño rol que jugamos, cada cual, dentro del infinito circuito de nuestro destino personal y del lugar exiguo que ocupamos momentáneamente. “De la vaporisation et de la centralisation du Moi. Tout est là,” decía Baudelaire. Y lo más importante, según mi percepción, es que los otros poetas mayores de nuestro tiempo no dicen otra cosa (yo pienso en André du Bouchet, en Jacques Dupin, etc.), y esta es sin duda la cuestión fundamental que posee La palabra Liberada.
Pero si los elementos de la vida que no somos capaces de aprehender (de la nuestra y de aquella elusiva de todos los otros) encuentran un encadenamiento lógico escamoteándonos las verdaderas preguntas y el drama de vivir, sospecho que a través de una suerte de coherencia adherente que solo la poesía puede ofrecer, podríamos estar cerca de su fuego elemental. La poesía al asumir una realidad, sin describir (ella no describe evidentemente jamás nada), sino al probar (el lenguaje es un medio, no un fin), realiza esta arriesgada prueba donde se comunica con interrogantes, con cuestionamientos, porque si ésta aportara una respuesta, como parece vislumbrarlo Márquez cristo, no sería más poesía. Ella desea entonces la protección de un maestro que no tiene y no tendrá jamás: por ser palabra liberada, pero sobre todo liberadora, y por ser sin duda ella el único lugar del mundo donde aún podemos vivir nuestra libertad verdadera.
(Bruselas, Bélgica, Septiembre 14 de 2001)


La palabra liberada
Por Ricardo Sánchez
Un poemario desde la experiencia de la poesía, inscrito en una tradición y renovado en los viajes a la vida que son infiernos, para buscar la purificación en la palabra. Gonzalo Márquez Cristo podrá entonces exclamar como divisa, como vitalidad y metafísica: “Sólo en la poesía alguien me hallará!”
Superación de la escisión entre vida y tradición, intento de salvación a partir de un ajuste de cuentas contra lo existente. Una nueva versión del nihilismo, el que sabe que todo es mentira, que los valores no valen porque tienen precio. Pero que sucumbe ante el altar de la poesía: su espacio es “el Templo sin Dios.” Pero hay templo sin Dioses? No es la resurrección de la palabra? El valor de la palabra poética como valor supremo. Una metafísica delicada como fruta jugosa en medio del desierto de la soledad humana.
Gonzalo Márquez va de lo vital a lo cósmico. De lo personal a lo histórico. Del amor sin remedio, ni como remedio, ya que el dolor está siempre, implacable como perdida y como presencia: “¿Cuantas ofrendaron su dolor? / Ahora siempre estoy solo.”
En su largo poema que nombra al libro, el poeta se enfrenta a lo real de su espacio social, donde vive sus deseos y sus derrotas e interpreta los sentidos y las sinrazones. Podrá memorablemente decir como si quisiera testimoniar sin historia, con trémula emoción: “Sufro la desgarradura de pueblos agonizantes y de obnubilados imperios. Del país donde debemos reinventar la palabra miedo. De las rapacidades y de la exacerbada imaginación del exterminio. De todos los amenazados, de la ciudad donde alguien tiene cautiva la voz. De los interminables éxodos.... De la única respuesta que a todos pertenece. ¡Qué al morir tengas un nombre en la boca!”
En el Liminar a este libro, Eugenio Montejo propone una clave, un atisbo al sentido de esta poesía, la que surge de pensar este espléndido verso: “Noche, única luz en la que creo”, como una declaración que alude “a cierta noche objetiva, palpable, hoy instalada como un indeseado eclipse sobre su tierra y la vida de sus gentes.” La metáfora de los tiempos que vivimos, donde la esperanza pertenece a los sin esperanza.
Del aforismo al poema parece ser la fórmula, el estilo sin cadenas conque el poeta, enfrenta su contradicción, el desgarramiento entre vida y código, entre pasión e institución. Por ello, la palabra liberada y liberadora para que no sea adorno.
Estos asuntos de la reflexión y de la creación poética atraviesan todo el quehacer artístico en su sentido más amplio y universal. Son una dialéctica intrincada, explosiva y mestiza. No como sumatoria sino como drama y complejidad. En esta poesía de Gonzalo Márquez se nombra, se bautiza, se hace metamorfosis. Como cuando murmura: “El poema, es decir, el deseo, jamás tiene otro rostro.”
En este breviario de poesía hay un hilo explícito del barco ebrio, su linaje es maldito. También hay una temporada en el infierno, como en el verso críptico: “Sabes de un paraíso que nunca será memoria.” y el poema provocador ¿Quién dijo que morir era viajar?
Y sin embargo el poeta es piadoso, la palabra como virtud para exorcizar el miedo, para volver a bautizarlo, para domesticarlo. La poesía como enunciación, podrá decir con Lacan: El deseo es imagen y el amor palabra.
Ha tenido el acierto este poeta de ilustrar su libro con una serie de los demoníacos ángeles del maestro Angel Loochkartt.
(Bogotá, julio de 2001)


La poesía: ceremonia de la paradoja y el despojamiento
Por Mauricio Contreras Hernández
La palabra liberada, la poesía reemprende, incesante, la cartografía de sus límites, de sus desplazamientos, de sus pliegues-despliegues-repliegues, en un movimiento de eterno retorno que trastoca la cómoda linealidad del tiempo sucesivo, la servidumbre que impone dar cuenta del suceso presente.
“Viajo, deseo, escribo: camino negando mi sombra. Quiero que el color y la voz entreguen sus signos. ¿Vendrá entonces la desnudez?
Intento decir la respiración a la que hemos sido condenados. La herida: la música. El silencio siempre ulterior, la profecía que define al mal, los rostros del fuego, el oriente de la escritura.”
Horadando en la oscuridad de la permanencia el poeta funda ámbitos efímeros y se abre paso por entre quienes pregonan la razón y ofrecen la verdad, hasta dar a luz el vacío de las preguntas abiertas: gravidez del significado.
“¿Pero acaso no es en el amor donde ensayo mi soledad? ¿No siento desde mi niñez nostalgia de la nada? ¿No supe en la adolescencia que en cada amanecer alguien manchaba mi rostro de sangre?”
Una voz que insiste en lo plural busca el silencio, moldea el grito que quiere ser creencia, raíz, atisbo de oráculo. Márquez Cristo busca también un lenguaje que, despojado de pesantez, fije lo móvil y multiforme de eso llamado realidad que es, igualmente, lo que pretende recusar. Así lo escuchamos decir:
“A veces la luna: la memoria, o a veces el sol: el forastero, nos obliga a la esperanza. Sin embargo cada uno sabe la forma y la hora en que será asesinado.
Si la indiferencia vuelve a ser dolor... ¿podremos salvarnos?”
Esta poesía con “cierto rasgo críptico”, como dice Eugenio Montejo en el prólogo del libro, pone en cuestión aquello que nombran las palabras. De ellas mismas siempre se sospecha aunque tal recelo sea su afirmación o el deseo de ellas. El gesto agresivo de tener la razón es denunciado con el matiz del acaso. Remontar el origen, habitar la memoria, desnudar la muerte para nacer de nuevo. No basta descifrar enigmas ni obligarse a la esperanza. No hay satisfacción en la certeza ni en la arrogancia del vencedor. Mas tampoco son suficientes la soledad de los dioses, el exilio ni la súplica vana.
“Tiempo de postergaciones... Aquellos que nacen hoy no tendrán luna, mar, relámpagos, tótems o dioses para nombrar su terror y sin embargo no estarán menos solos que yo.”
Esta poesía podría ser la ceremonia de la paradoja y el despojamiento. Aquí un yo-unos-ellos esperan, sue-ñan, sufren, creen en un tiempo que anida en los espejos y escamotea la comunión por el lenguaje. Nuevos ritos pide el poeta oficiante de altos vínculos, restaurador de la profecía del encuentro.
“Nuestro legado no será una filosofía del miedo o de la audacia.”
Y de manera continua, en medio de un derrumbe de imágenes, de promesas postergadas, de la devastación de la palabra, este libro nos evoca la pregunta esencial y balbuciente de Paul Celan:
“Tal vez –sólo pregunto–, tal vez la poesía va con un yo que se ha olvidado de sí mismo, a lo inquietante y extraño, y se libera de nuevo ¿pero dónde? ¿en qué lugar? ¿pero con qué? ¿pero como qué?”


La palabra liberada
Por Gabriel Arturo Castro
El presente poemario procura instaurar una constante reflexión filosófica, en cuanto se interroga la existencia del ser y el poema o sus partes se convierten en breves máximas, sentencias, aforismos o frases enfáticas. Al fondo escuchamos los ecos convulsos de Ciorán, las profundas intuiciones de René Char o los signos punzantes de Roberto Juarroz. Los poemas de Márquez emiten una voz que parte del ser trágicamente reducido a la nada, poseedor sólo de fragmentos y que arriba al ser de resoluciones, al de las grandes decisiones. La poesía redime y encumbra después de la ruina, del marginamiento. Nos plantea la utopía, la liberación, la revalorización de lo cotidiano, el espacio donde cuestiona y se explaya el pensamiento del poeta. Nuestro devenir se escudriña, interpreta y sondea mediante una «alquimia verbal» y «desesperado tránsito» por las imposiciones de la realidad.
En la contraportada se manifiesta acerca de «la descarnada lucidez con la que Gonzalo Márquez Cristo induce al crescendo de su palabra, presagia un dolor capaz de destruir la indiferencia, forzándonos a reclamar la necesaria forma de una esperanza que jamás podrá humillarnos».
El epígrafe inicial del libro, una cita de Vladimir Holan, así lo confirma : «No sé, no consigo recordar ... / Tendré que aprender de nuevo el dolor. ¿Cuánto tiempo estuve entre la muerte?»
El poeta ni rechaza ni justifica el dolor, lo trasciende mejor como respuesta. Leamos el final del poema titulado ¿Qué hemos hecho con el dolor?:
En este tiempo en que la verdad se parece tanto a la muerte preparamos un dolor desconocido. En este instante que la desgracia nos hace libres, el cambiante asesino, el esclavo de la geometría, recorre su elegida ruta del terror y alguien lo escucha golpear en nuestra puerta.
Como todos los poemas de La palabra liberada, éste también fascina por su fuerza, gracias a la subjetividad, vida interior y emoción del sujeto que enuncia. Observemos ahora el inicio del mismo poema:

Hemos visto la eficacia de la devastación. La muerte no fue domesticada y ahora queremos conocer la venganza que hay en la paz.
La rebeldía se hizo inútil y nos detuvimos. Volvimos al silencio o a la palabra elemental, la del origen, y estamos en peligro... Oramos abrazados a un roble. Creemos en los paraísos de la obsesión.

El dolor en estas creaciones pertenece al mundo de las percepciones y las sensaciones, así ellas se produzcan dentro de un aislamiento existencial. La nostalgia es inevitable, el pesar por el alejamiento de los lugares, la distancia, la provocación de la memoria.
Márquez Cristo nos habla, entonces, de las palabras perdidas, de quien lee la escritura de la lluvia y «sin embargo no puede escapar». La palabra se extravía tras una multitud de imágenes, luego el hombre acude al grito y al llanto, a veces a la indiferencia, incluso a la guerra que nos brinda la ceniza. Tras la desaparición de las alianzas y el destierro de la noche, nos cuenta el poeta, nuestros perseguidores son capaces de hallarnos. La noche que es herida, túnel, origen de la vida, «noche, única luz en la que creo», «una declaración que parece remitir menos a las noches de Tasso, o al sentido de nocturnidad romántica, que a cierta noche objetiva, palpable, hoy instalada como un indeseado eclipse sobre su tierra y la vida de sus gentes. Desde esa noche nace su aspiración a una palabra liberada, así como su angustiada pregunta acerca de «quién podrá salvarla en esta hora», de acuerdo con el prólogo de Eugenio Montejo, hecho que podemos verificar en el poema Cruz del sur:

Noche, única luz en la que creo, puesta en peligro, será arduo saber de dónde proviene el corazón.
Por ti asumiré la verdadera amenaza (volver a las raíces), e inventaré el amor: mi llama horizontal; para poder esperar sin miedo al navegante rostro del espejo, al próximo dios asesino, al oscuro sol siempre escondido en el deseo, al adentro que se va...
Seguro sólo del árbol que ofrezca sombra azul.

Es clara la intención de La palabra liberada de combatir desde la sombra (a partir de un lenguaje oculto, «críptico», como lo llama Montejo) a la muerte, al dolor. Los poemas son una serie de definiciones, digámoslo así, que funcionan simbólicamente. Hay laceración y oscuridad en el sitio de la razón poética, pero, por otro lado, las palabras resultan capaces de contener esas fuerzas dentro de una trama verbal ya sintetizada. La palabra gana vehemencia y simboliza verbalmente los estados interiores. Únicamente de este modo nos puede decir: «Cuando eliges el rumbo del dolor alguien te da un sorbo de agua»; «Perturbaremos la muerte para transformar el amor»; «Si la indiferencia vuelve a ser dolor...¿Podremos salvarnos?»; «En este tiempo en que la verdad se parece tanto a la muerte preparamos un dolor desconocido»; «Sufro la desgarradura de pueblos agonizantes y de obnubilados imperios. Del país donde debemos reinventar a la palabra miedo»; «Me someto a este tiempo que sepultó espectros, que inventó la inútil fantasmagoría de la imagen y el canto falazmente encarcelado»; «Las miradas fijaron nuestra máscara. Las palabras comenzaron a tapiarnos. La comunicación nos hizo solitarios. ¡Sólo en la poesía alguien me hallará!».
El poema asiste a una dramatización del contenido. Cada estrofa del texto se une para otorgar la unidad de sentido, así el orden verbal no exista. La correspondencia entre las líneas las otorga el lector, ya que vamos a las puertas de una zona conceptual, umbral que penetran las palabras, una especie de fuerza verbal, generadora de un movimiento hacia adelante, rumbo a los linderos de un dolor de interpretación metafísica. Como los poemas son aparentemente fracturados, a través de una serie de estrofas, su resolución depende de aquella interpretación lectoral. Al igual que otros eventos no puede haber recepción pasiva de las ideas, metáforas y los símbolos propuestos, y por lo tanto del rango reflexivo desarrollado. El dolor se trasforma en poesía, abstracción, advertencia, cavilación, preocupación por el destino del hombre, recogimiento que se resuelve al proclamar o expresar una tensión, al devenir en palabra:

Viajo, deseo, escribo: camino negando mi sombra. Quiero que el color y la voz entreguen sus signos. ¿Vendrá entonces la desnudez?
Intento decir la respiración a la que hemos sido condenados. la herida: la música. El silencio siempre ulterior, la profecía que define al mal, los rostros del fuego, el oriente de la escritura.

Es necesario ser enfático: el dolor habita en el cuerpo con imágenes y conceptos, se expresa en el discurso y la enunciación, pero al tiempo se vuelve lenguaje. El dolor es ya una experiencia, pues forma parte del ser personal:

Vengo de la palabra. La he sentido incesante cabalgando mi respiración, adherida al pensamiento, destruyendo mis sueños.
Observo al mundo por las fisuras de las letras. Padezco la transformación de los aromas en sílabas y de las sensaciones en epitafios, pero los ojos abren abismos, el tacto funda temblores y la voz regresa al viento.

El dolor es el de adentro, el de la utopía, o sea, el empeñado en fundar una verdad interior o decir lo prohibido. Morir, huir o persistir en los terrenos de la poesía, he ahí la cuestión, estar entre el miedo y la soledad. «Por eso la palabra se pasa de mano en mano para construir una morada invisible», sentencia el poeta. La poesía o el grito, es lo mismo, lo importante es invertir el curso de la sangre, sanar la herida, retener los sueños, conocer el enigma, «hasta que se inicie el tiempo del espejo liberado».
En el libro La palabra liberada encontraremos revelaciones e iluminaciones, «hallazgos que se debaten contra el implacable dominio del miedo, nos estremecen obligándonos a decir con él: «Quién interrumpirá el monólogo del terror y denunciará al dios que siempre habita en la ausencia?».